lunes, 17 de julio de 2017

EL CINE Y LO REAL


[Horacio Muñoz Fernández, Posnarrativo. El cine más allá de la narración, Shangrila, 2017, págs. 36]

Muchos creerán antes de leer este libro que son las series de televisión las que han empujado al cine más allá de la narración. O que el cine creativo, al abandonar la función prioritaria de la fabulación, ha permitido que las series se conviertan en el formato narrativo dominante en esta segunda década del siglo veintiuno. Nada más alejado de la verdad.
La complejidad del cine contemporáneo responde en exclusiva a sus propias exigencias artísticas y comerciales, a sus medios de producción y a sus infraestructuras de distribución y exhibición. Siempre ha existido un cine que ponía entre paréntesis la necesidad de la narración como fundamento de su creación y ponía el foco, más bien, en las dislocaciones del montaje, los juegos angulares, las perspectivas aberrantes sobre la realidad y la experimentación con las imágenes.
El cine, en este sentido, nunca ha sido una forma artística única. Junto al cine comercial y mayoritario siempre ha habido experiencias creativas minoritarias. Hasta aquí nada nuevo. Con el advenimiento de la era digital y la renovación del arsenal de recursos y tecnologías para producir películas, se han liberado muchos mecanismos antaño controlados por la industria que han supuesto la aparición de un contingente importante de prácticas cinematográficas y nuevas formas de circulación y consumo.


Esta rigurosa monografía examina esta evolución del cine a la luz de tres categorías principales que habrían producido la superación de lo narrativo: el espacio, el tiempo y el cuerpo. O lo que es lo mismo, el viaje a la inmanencia de las sensaciones, la duración y la fisicidad tangible emprendido por la cámara para permanecer apegada a las vivencias crudas de un cuerpo transformado en sensibilidad extrema. El gesto de ir más allá de lo narrativo no supone, por tanto, solo una refutación de los conceptos clásicos de historia y personajes, ni una recaída en el formalismo o la abstracción vanguardista, sino una tentativa de construcción fílmica de una experiencia sensorial y afectiva más próxima a lo real, tanto para los realizadores de la película como para quienes asisten a su proyección, en cualquier espacio donde esta tenga lugar.
Una de las tesis más interesantes de Muñoz Fernández es, precisamente, que la condición necesaria para la aparición de un cine posnarrativo no es solo la actitud de sus creadores sino la de sus potenciales espectadores. Ya sea en salas comerciales, festivales, museos, filmotecas, internet o en televisiones y ordenadores personales, la cinefilia 2.0 es la que abre la posibilidad de un cine nuevo que apela desde todas las pantallas a todos los espectadores por igual y a ninguno en particular, aunque se conforme luego con el consumo minoritario habitual.
Los ejes vitales del libro son la percepción del espacio y del tiempo, el paisaje natural o urbano, que se da en cineastas como Béla Tarr, Pedro Costa, Lisandro Alonso, Albert Serra, Jia Zhang-ke, Olivier Assayas o Gus Van Sant, así como la reconfiguración de las relaciones de la cámara con el cuerpo, con o sin sexo, que se da en cineastas fundamentales del presente como David Lynch, Bruno Dumont, Tsai Ming-liang, Claire Denis o Philippe Grandrieux.
Mi única discrepancia seria con el autor reside en su excesiva valoración del grado de aproximación a la realidad que mantienen estos y otros grandes directores para considerarlos más o menos avanzados e innovadores. Hasta el punto de tildar de retaguardia a esa facción del cine, con el gran Sokurov a la cabeza tras la muerte del genial Raoul Ruiz,  que se refugia en el gabinete fáustico para experimentar con los artificios técnicos y la alquimia visual de las imágenes.

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