jueves, 5 de febrero de 2015

GÓTICO VAQUERO


[Richard Brautigan, El monstruo de Hawkline (Un western gótico), Blackie Books, trad.: Damià Alou, 2014, págs. 192]

De acuerdo, de acuerdo, ya sé que Brautigan no es Pynchon, desde luego, aunque imagino con facilidad al cachondo novelista neoyorquino leyendo las imaginativas novelas de su colega de Tacoma y partiéndose de risa con sus metáforas ingenuas y sus juegos de escritura y su humor contagioso. Brautigan es Brautigan y con eso bastó durante un tiempo. Hasta que el mundo se cansó de él, o él del mundo, todo es posible, y Brautigan, el gran escritor de la contracultura de los años sesenta y setenta, un fabulador cómico irresistible, se encerró en una cabaña forestal para pegarse un tiro con el pistolón de Harry el sucio en plena era Reagan y liberar a su espíritu inconformista de toda grosera atadura terrenal y permitirle volar a las nubes a las que pertenecía por destino y vocación. Las nubes, es decir, conforme al precepto moderno de Rimbaud, la utopía de una vida verdadera que no es de este mundo.
Con esta novela paródica escrita entre 1972 y 1973 y publicada con éxito en 1974, Brautigan pretendía escribir un comentario satírico sobre el agotamiento de la utopía inconformista de la contracultura (la psicodelia, la vida salvaje, el amor libre, la comuna promiscua), la falacia capitalista del sueño americano en el siglo XX y el horror de la pesadilla científica de cambiar radicalmente la realidad en pro de una vida mejor.
Con el fin de contar la delirante historia de dos vaqueros (Greer y Cameron) contratados por dos hermanas gemelas (Jane y Susan), hijas de un científico ambicioso (el profesor Hawkline), para acabar con el monstruo que las amedrenta en la siniestra mansión familiar de Oregón, nada mejor que recurrir a las trazas de la novela popular (oeste, gótico, fantástico, etc.) y aderezar el cóctel narrativo con ingeniosas dosis de surrealismo situacional. De ese modo, el decorado del western sirve a Brautigan para alegorizar la historia y la violencia de los orígenes nacionales, la escenografía gótica para simbolizar los fantasmas ocultos del inconsciente americano y la fantasía y la ciencia ficción para metaforizar los peligros generados por la amenaza nuclear y la destrucción planetaria.
El monstruo terrorífico, creado por Hawkline en el laboratorio durante uno de sus arriesgados experimentos, no es solo la imagen deforme de la ciencia y la técnica a través de la cual América pretendería realizarse como utopía del futuro sino la encarnación diabólica de la energía que anima la realidad: “una luz que tenía el poder de obrar a su voluntad sobre la mente y la materia, y de cambiar la mismísima naturaleza de la realidad al capricho de su mente revoltosa”. Como en “La tempestad” de Shakespeare, o en su adaptación cinematográfica al marco de la ficción científica (“Planeta prohibido”), el monstruo espectral de Brautigan es un subproducto aberrante de las manipulaciones irresponsables del poder tecnológico y los deseos latentes de una cultura enferma.
El pastiche de western de la novela queda tan lejos de su amigo Tom McGuane, uno de los miembros de la pandilla de Montana a quienes dedica el libro, o del más serio practicante posmoderno del género, Cormac McCarthy, como de los estereotipos clásicos del cine de vaqueros. Y se emparentaría, más bien, con la literatura libertaria de Thomas Berger y Tom Robbins y las parodias fílmicas de Arthur Penn (“Pequeño, gran hombre”, basada en Berger, o “Missouri Breaks”, basada en un guion de McGuane) y Robert Altman (“Los vividores”, “Buffalo Bll y los indios”). La dimensión fantasmagórica de la novela, en cambio, se alinea con las inquisiciones románticas de “Frankenstein” (Mary Shelley), las ironías positivistas de “El castillo de los Cárpatos” (Jules Verne) y la sátira patafísica del “Doctor Faustroll” (Alfred Jarry).
Como en “Grupo salvaje”, la nihilista obra maestra de Sam Peckinpah, otro miembro notorio de la banda de Montana, la pulsión de muerte y el deseo de aniquilación de la contracultura americana de fines de los sesenta y comienzos de los setenta adoptan los disfraces y las maneras del western como imagen truculenta de la entropía en curso inexorable. Agotada la energía, extenuado el cuerpo, solo queda autodestruirse. Brautigan tardaría aún una década en cumplir su promesa mortal.

1 comentario:

julian bluff dijo...

Quién ahora nos habla es el doctor Griñós:

"Mire... le voy a ser sincero, a mí no me han quedado más cáscaras que tragármela por motivos estrictamente forenses, a raíz de conocer a Aurora y encargarme de su tratamiento, y me ha parecido una castaña pilonga. Claro que... yo ya soy viejo, un carroza como aquel que dicen, y a mí los que de verdad me van son Bukowsky, Hunter S. Thompson, Brautigan y todos esos... gorrinotes, toscos... ya ve... ¡cosas de los años!. Pero no vaya a preocuparse ¡eeh! porque ‹‹Cumbres Borrascosas›› le parezca a usted bien; a nuestro amigo Eduardo parece que también le gustaba lo suyo el dramón de marras, y no le vino nada mal, al mostrenco, ostentar esa impúdica desviación estética. ¡Qué va! le vino de perilla. Le resultó que ni pintiparada, al tío, para conseguir ligarse a ...".

(De la novela de julian bluff "La atracción del vacío")

Pero, según me cuenta este personaje, el médico... -como bien sabe, Ferré, no son pocas las veces en las que los personajes se dirigen a sus creadores como si tratara de un amigo, o por lo menos de un conocido, para, sin que venga demasiado a cuento, soltarles una opinión cualquiera; y, si no, que le pregunten a Mary Shelley, o a su espíritu, que tanto da- ...con el "Monstruo de Hawkline", además de pasar todas esas cosas que usted dice, se follaba a saco. Lo que si me atrevo a significar aquí es por el empecinamiento del susodicho. Obviamente ¡Ay de estos psiquiatras! ¡Cuanto más viejos más pellejos!