sábado, 26 de febrero de 2011

MANHATTAN (NO) ES REAL


La realidad es una conspiración. Lo sabemos desde hace tiempo, al menos desde que Borges nos lo enseñara en su relato “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Sería imposible entender hoy los planteamientos de Chronic City, esta espléndida novela de Jonathan Lethem, si no fuera por la lección cifrada en ese relato magistral sobre lo que es un mundo y, en especial, sobre cómo se crean mundos para injerirlos en otros mundos con objeto de alterar las mentes y las vidas de sus habitantes, que es lo que pretende hacer la verdadera literatura. Al comienzo del relato, Borges expone su programa de cuestionamiento metafísico de la realidad disfrazado de hipotético proyecto narrativo: “una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores…la adivinación de una realidad atroz o banal”.

Estas especulaciones fundacionales de Borges se expandieron a lo largo del siglo XX gracias a la contribución de innumerables filósofos y escritores. Cito a dos esenciales: Jean Baudrillard y Philip K. Dick. Del pensador francés retendría, por su afinidad con esta novela, sus ideas paradójicas acerca de la simulación y el simulacro como lógica del mundo capitalista contemporáneo. De Philip K. Dick, maestro reconocido de Lethem, su creación de un ciclo de novelas de ciencia-ficción donde se anticipaban muchos de los conceptos elucidados por Baudrillard y se consumaban, a la manera imaginativa del subgénero pulp, las anómalas versiones de la realidad de Borges.

Sin la contribución de Dick y de Borges difícilmente habría podido Lethem concebir una novela como ésta donde, a través de los mecanismos de la ficción, se logra superar la idea de la conjura de lo real a fin de preservar un contacto con la realidad no mediatizado por las ficciones del poder. Esa idea subversiva sobre la realidad la sostiene en la ficción Perkus Tooth, el patético gurú de nombre pynchoniano, aficionado a la marihuana y las películas inexistentes, que se cruza en el camino del confuso narrador y protagonista, Chase Insteadman, para trastornar definitivamente su comprensión de lo que es real o no en Manhattan después de conducirlo a dudar sobre su papel en la representación que la ciudad da de sí misma a diario. Manhattan es descrito como un ecosistema social donde Insteadman, antigua estrella televisiva infantil reconvertida en fetiche lúdico y estético de la clase alta, vive como una criatura mimada y privilegiada. La epifanía moral que le aguarda al final de este viaje alucinante al fondo de las apariencias (la existencia contigua de una Manhattan real y otra virtual, separadas por una barrera ínfima) conseguirá alejarlo del mundo de los ricos y los poderosos, que dominan la totalidad del espacio urbano con sus imposiciones, cultos y valores, contrarios a los deseos de la multitud que también lo habita desde el anonimato, el fracaso y la alienación.

Como dice Lethem en alguna entrevista, esta novela aborda los sentimientos que se experimenta al vivir bajo la sombra de las proyecciones y espejismos que el mundo de la riqueza, el poder, los medios, la publicidad y el glamur de la ciudad proyectan sobre quienes ni los poseen ni participan en ellos más que de manera tangencial o marginal, como espectadores y víctimas de sus manipulaciones políticas, especulaciones inmobiliarias y corrupciones municipales. Lo real, en Manhattan como en cualquier otra parte del mundo, no es que sea imposible, parecería decir Lethem citando a Deluze y refutando en parte a Lacan, sino cada vez más artificial.

Así, Chronic City muestra una realidad tan compleja que incluye irrisorias peripecias cotidianas, noticias falsas, romances fraudulentos y ceremonias postizas, objetos míticos como los reverenciados “calderos” que se subastan a precios inasequibles en internet explotando la virtualidad del medio para encubrir que, en realidad, son sólo hologramas de calculado impacto anímico, o aberrantes intervenciones artísticas sobre el espacio urbano como una sima infinita situada al norte de Harlem[i]. Pero también acontecimientos fantásticos como un tigre gigantesco que destruye edificios siguiendo la política inmobiliaria de “aburguesamiento” de la ciudad, o una niebla espesa y persistente enclavada encima de Wall Street aprovechando la máxima impopularidad de la institución bursátil como consecuencia de la crisis financiera que ha devastado la economía mundial. En este sentido, Chronic City funciona como una crónica alegórica de la transformación de Manhattan en su propio simulacro: una simulación arquitectónica y urbanística, un parque temático y una réplica falsificada de sus atributos más turísticos y comerciales.

En suma, Lethem construye una ambiciosa y deslumbrante fábula para señalar que la vida y la cultura del siglo XXI no pueden limitarse a constatar la irrealidad tecnológica y espectacular de cuanto nos rodea, o padecer las desaprensivas operaciones de los agentes del capital, sino que deben reinventar medios creativos de entrar en contacto, así sea en los intersticios, márgenes y ruinas borgianas del simulacro, con las fuerzas de lo inmanente y lo real.

[i] Lethem apenas si encubre el homenaje a David Foster Wallace incorporado a su novela con anterioridad a su muerte y revisado posteriormente, según declara, con objeto de disminuir la ironía del mismo. Dicho homenaje se centra en dos elementos: el primero es esta sima artificial concebida como réplica a la Gran Concavidad de La broma infinita; y el otro es la meganovela experimental de Ralph Warden Meeker Obstinate Dust (“Polvo obstinado”; la competente traductora española, Cruz Rodríguez Juiz, ha elegido, sin embargo, hacer obvia la relación recurriendo, con discutible criterio, a un chiste verbal: La bruma indistinta) que obsesiona a Perkus Tooth y a Insteadman del mismo modo que en El hombre en el castillo de Philip K. Dick todos los personajes están obsesionados por un libro chamánico, concebido a imitación del I King, titulado La langosta se ha posado y donde parecen cifrarse las claves de desentrañamiento del componente falaz de la realidad. El momento culminante del homenaje a Wallace, un cortocircuito borgiano dentro del relato, es cuando Insteadman instado por su nueva amante, que desprecia el libro con altanería snob por sus excesos textuales, lo arroja a la sima (un agujero negro terráqueo similar al más abstracto y cósmico de Cuando Alice se subió a la mesa) como ofrenda trivial a los falsos dioses de la profundidad, contra los que Lethem ha escrito esta novela.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por acordarte de un autor y un libro estupendos.
Estoy de acuerdo en que "La bruma infinita" es demasiado obvio. Quizá te guste más la traducción original: "La bruma indistinta", aunque esta tal vez pecaba de "comentar" la novela. En la publicación de una traducción trabajan muchas personas, cada una con su criterio, todos ellos respetables.

Ulises dijo...

El otro día estuve a punto de hacerme con ella...

¿Habría algún problema en acercarse de primeras con esta novela al autor o recomienda alguna otra como toma de contacto?

Saludos,
mi admiración y felicitación por su blog.
PD. Todavía tengo Providence esperándome... ¡tiempo! ¡tiempo!

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Por un lapsus, no tenía el libro a mano en el momento de añadir la nota, hice aún más obvia la traducción, disculpa, en efecto es "indistinta" no "infinita", pero el chiste estaba en "bruma", ¿no?...