viernes, 28 de noviembre de 2008

LA ERA AFTERPOP

[Incluyo en esta entrada, para saludar como merece la salida de Homo Sampler[1] de Eloy Fernández Porta, un texto crítico mío sobre dicho ensayo y, a continuación, una intervención del propio Fernández Porta con un fragmento seleccionado y una colección de ilustraciones del espíritu y las ideas contenidas en el libro]


Hace un millón de años, el “Homo Blogger” campaba ya en los desolados alcores de Atapuerca con total desinhibición. Su mímica y sus costumbres eran consideradas monstruosas por sus “machadianos” semejantes, quienes lo veían como un invasor alienígena o una mutación genética de dudosa posteridad.

Algunos eones después, hace sólo una década, comenzó la trayectoria inconfundible del “Homo Sampler” Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974). Publicó entonces su primer libro de relatos, Los minutos de la basura, donde la “temporalidad NBA” (“la más perfecta imagen del tiempo mercantilizado”, como muestra uno de los brillantes análisis de este libro
[2]) se convertía en metáfora de un modo de vida y, sobre todo, en definición temprana de una estética literaria que atraviesa la retórica de la ficción y la teoría con un virtuosismo verbal, un humor desternillante y una desenvoltura intelectual admirables (Caras B de la música de las esferas, su segundo libro de relatos, y Afterpop. La literatura de la implosión mediática, su primero de ensayos, son pruebas redobladas de esa notable aptitud para el cortocircuito cultural de alta resolución).

En este nuevo libro, la consumación en cierto modo de la peculiar filosofía narrativa que comenzó entonces, el “Homo Sampler” lleva hasta sus últimas consecuencias las convicciones de un discurso creativo que funda su eficacia argumental en manejar todos los discursos sin distinción, los registros de la así llamada alta cultura como los de la así llamada baja cultura, desde el fanzine de tendencias hasta los estilemas doctorales. De ese modo, en una sola página, o en los meandros sintácticos de una sección, pasamos de los misterios gramatológicos de la literatura minoritaria a las combustiones gráficas del cómic y el cine, de las refinadas cacofonías de la música a las imágenes de síntesis del arte contemporáneo y las escenografías de la teoría cultural más avanzada.

No es de extrañar que el “Homo Sampler” se defina a veces como un DJ o un VJ, según se las entienda con cortes de sonido o canales de imagen, como tampoco que su minuciosa labor textual no se limite a copiar y pegar sin alterar de modo definitivo tanto las cualidades como las categorías de interpretación del material escogido. La acción de “samplear”, como señala Fernández Porta en este imprescindible ensayo, es la prueba de que alguien no vive la vida zombi del consumidor atento en exclusiva a las últimas novedades del catálogo más asequible y convencional, aunque el “Homo sampler” no incurra en la vulgaridad intelectual de declarar que una novela de Coetzee y un cómic de Alan Moore juegan en la misma liga de las estrellas, por más que al concepto de cultura sancionado por el primero (y sus seguidores más recalcitrantes) no le vendría nada mal el toque “trash” propio de una época donde, sin ponernos ecologistas, cualquier contaminación es inevitable
[3]. El “sampleador” paradigmático es, por tanto, la figura del último “hombre” vivo (y pensante) sobre una tierra devastada por el exceso de oferta. Un espécimen más adaptado que otros a las mutaciones contemporáneas no sólo porque se apropie con desparpajo de los restos de la catástrofe puestos a su disposición por un rastreo sistemático de los abarrotados anaqueles del supermercado cultural, sino porque sabe darle una respuesta creativa a la saturación del presente sin caer en el provincianismo de nuevo cuño o el globalismo más vacuo[4].

Como no podía ser de otro modo en un contexto tan mediatizado, el “sampleador” vocacional sabe inventar un tiempo propio (“RealTime”) que lo libera del Tiempo™ mediante “un trabajo subjetivo que interfiere en el sentido del tiempo tecnológicamente producido y comercialmente difundido”
[5]. En este mundo marcado por la novedad periódica, los tiempos interfieren entre sí con sus múltiples demandas de satisfacción del deseo y la figura del coolhunter, al fluir con el tiempo artificial del consumo, se erige así en árbitro[6] espontáneo del gusto, dictando la inminencia de surgimiento de la novedad de cada temporada, o su obsolescencia inmediata. En el gran mercado de signos sociales, sólo el “cazador de tendencias” posee el don de la cronología intuitiva para transformar un capricho carismático en una moda futura, el fetiche del presente más efímero, el oneroso bibelot del bazar de mañana y pasado mañana.

Como veíamos en el hilarante ejemplo del “Homo Blogger” (extraído de los múltiples paradigmas paródicos del texto), cuando la memoria histórica se reduce a proporciones infinitesimales, el presente reinventa el pasado a su medida. Así, la era del tiempo real, la del presente encerrado a perpetuidad en un bucle tecnológico y publicitario, es también la del anacronismo expandido y ubicuo. Eso explica la atractiva dimensión “UR” de la vida contemporánea: la subsistencia de modelos primitivistas en un contexto extremadamente sofisticado, y la nostalgia falseada por modos superados de vida comunitaria o la añoranza de relaciones con los demás o con la naturaleza menos mediatizadas, más “auténticas”, así como la admiración por obras y productos que entrañan un concepto paleontológico de la estética o la cultura
[7], formas civilizadas de incursión perversa en la barbarie y el arcaísmo, de adoración ritual de lo primordial y lo primigenio[8], etc.

Y, como complemento mitológico, la fama mediática, el sueño de inmortalidad episódica que alberga cada habitante de este (des)tiempo espectacular, con el fin de adquirir una imagen y hacerse vendible, como un producto o una mercancía más. No importa si la vida de cualquiera se parece a una superproducción, a una película independiente o de serie B o Z, un telefilme basado en hechos reales o el episodio piloto de una serie televisiva que nunca se realizará. Los minutos de gloria son la recompensa a la acertada gestión de su presencia pública, el momento interactivo del pay off (por decirlo en la terminología de la teoría de juegos) de tantas jornadas privadas de esfuerzo y afán de superación. Como recuerda Fernández Porta, los antiguos griegos llamaron “catasterismo”
[9] a la virtualidad de convertirse, por gracia divina, en estrella celestial. En la Era Afterpop, diseccionada por este brillante ensayo sin escatimar recursos intelectuales ni efectos pirotécnicos de primera calidad , la denominación exacta para esta inveterada función social y mediática es “Strash System”. El sistema del estrellato basura para vidas “subprime”. El sueño del famoseo produce monstruos televisivos. Asteriscos en el celofán que envuelve mercancías averiadas. Así es como la gastronomía afterpop, instalada entre la bulimia caníbal y la plétora mental, se transforma en astronomía afterpop, con todos sus agujeros negros financieros, galaxias en expansión bursátil y demás nebulosas y asteroides culturales.

En el régimen de máxima visibilidad del sujeto del consumo impuesto por la circulación de la mercancía, el Gran Hermano se erige en la versión más acabada del Watchman: la banalización espectacular de la exhibición pública y, aún peor, de la vigilancia total que todos padecemos, por el momento, en su variante soft.

No espere otro millón de años para enterarse de que existe el “Homo Sampler” [10].


[1] Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop, Anagrama, 2008, pág. 375.

[2] “En efecto, existir en estos tiempos implica actuar siempre en pleno minuto loco como si la suma de esos instantes fuera un tiempo de promisión religioso –o, si se prefiere, ser un soldado del buzzer-beater [el tiro que decide un partido en el último instante] sin dejar de comportarse de manera cívica y pía” (p. 156). Si en algún momento de los ochenta el teórico Fredric Jameson eligió la caótica temporalidad de la guerra de Vietnam (tal como era descrita por Michael Herr en Despachos, su crónica bélica gonzo), o el "fin del tiempo" tal y como lo conocíamos representado por el cronotopo sin cesuras de la película Speed (Jan de Bont, 1994), como paradigmáticos de la cronología postmoderna del capitalismo tardío, Fernández Porta redefine en este ensayo esa temporalidad alocada y dislocada incorporándola a los protocolos deportivos (cruce de mitología socializada y disciplina sublime) que rigen la vida contemporánea en todos sus ámbitos y, muy especialmente, en los de la productividad: “La NBA no es sólo una liga; es un mecanismo que ha desarrollado y popularizado una manera de experimentar la temporalidad” (p. 152). La “temporalidad mediático espectacular” (p. 153), se entiende, rebautizada por Fernández Porta como “el Tiempo™” (p. 156).

[3] Al menos, a través del reconocimiento de su condición de mercancía entre mercancías. Esta función niveladora del mercado, sólo análoga a la de la muerte, es negada hasta por sus defensores más acérrimos, no digamos por sus detractores más ilusos. Quizá porque es por ella y sólo por ella como cabe concebir la dimensión subversiva y hasta revolucionaria del mercado. Sobre todo si atendemos a la condición reversible de todos estos postulados. De hecho, lo que un día es subversión pop del orden estamental de la cultura, al día siguiente se transforma en revolución vanguardista del régimen de mercancías entrópicas de la cultura de masas, como expone Fernández Porta en la cita escogida para encabezar, más abajo, su intervención creativa en este blog.

[4] “Porque el Tiempo™ ya nos llega elaborado y mezclado de fábrica; decir que samplear no es original sería tanto como decir que los ciudadanos no tienen derecho a utilizar las mismas armas que los vigilantes… Homo Sampler es quien se ha vuelto consciente de esas manipulaciones y responde a ellas con la baja tecnología del arte y las prácticas de contestación” (p. 162).

[5] O dicho de otro modo: “la experiencia resultante es lo que llamamos “Real Time”: el hallazgo del tiempo propio como elaboración y respuesta al Tiempo™ inventado por la tecnología” (p. 164).

[6] Como el fútbol puede pasar en algunos círculos por una de las reservas "naturales" de la brutalidad o el primitivismo de cepa local, regional o nacional, no me resisto a comentar la caracterización del árbitro futbolístico en estos tiempos mediáticos como el espectador habilitado in situ para tomar decisiones que afectan al juego en tiempo real, pero cuya cronología padece un severo desajuste con la temporalidad tecnológica (hecha a base de enésimas repeticiones de la misma jugada, ralentizaciones, planos de detalle, cambios de ángulo, etc.) gracias a la que el resto de los espectadores, atentos a las múltiples pantallas en que sucede el acontecimiento, saben en todo momento qué está pasando realmente en el campo. Fernández Porta formula esta idea que podría erigirse en paradigma de las paradojas culturales del presente en estos agudos términos: “Árbitro: La única persona en todo el país que no ha podido ver si era penalti, porque vive en directo y no tiene a su alcance los medios técnicos para revisar los lances del juego” (p. 151).

[7] Otra de las paradojas de esta cultura paradójica (el desprecio minoritario a los productos más apegados a la actualidad que “está en la base de la cultura de masas”) constituye el llamado “Esencialismo blockbuster”: “esta idea de la actividad creativa como remanso de paz privada frente al sindiós de la moda y la tecnología es uno de los presupuestos mayores del escaparate cultural contemporáneo” (p. 159).

[8] Un comentario más sobre esta extendida “espeleología del gusto”: “En una sociedad estetizada al 99% la renuncia al buen criterio estético en nombre de lo peor se convierte en un acto de confirmación del estatus, un Trashturismo, con frecuencia relacionado con las ExcURsiones a lo primitivo” (p. 272).

[9] Literalmente, la promoción del héroe a la condición de astro del firmamento. Fernández Porta, con su habitual generosidad, me atribuye el uso original de este término (p. 314) en el contexto de la ficción narrativa en el relato "La escuela escuálida" (incluido en Metamorfosis®).

[10] De hecho, este ensayo de Fernández Porta marca un antes y un después en el pensamiento español sobre las formas contemporáneas de la vida y la cultura. Un texto que se sitúa (junto con cultura_RAM, de José Luis Brea, y Testo Yonqui, de Beatriz Preciado) en la punta más avanzada de una inteligencia potencial del presente en toda su abrumadora complejidad. Por último, para sacarlo del contexto peninsular, me permito poner en comunicación este libro de Fernández Porta con el último publicado de Zygmunt Bauman (Vida de consumo, Fondo de Cultura Económica, México, 2007), donde se enuncia un análisis similar de las condiciones de la experiencia ligadas al consumismo: “En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo las cualidades y habilidades que se exigen en todo producto de consumo. La “subjetividad” del sujeto…está abocada plenamente a la interminable tarea de ser y seguir siendo un artículo vendible. La característica más prominente de la sociedad de consumidores…es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles” (pp. 25-26).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Impresionante, Juan Francisco. No se podría decir mejor.

Agustín